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¿Quién es JULIANA CEPEDA?
Mi nombre es Juliana Cepeda tengo 34 años, nací en Bogotá pero me considero ciudadana del mundo. Soy gestora cultural y artística. Artista de la vida. En este momento soy fundadora y directora de la Fundación Producciones Kilele, una casa cultural en Bogotá.
¿Hace cuánto nació Kilele?
Casa Kilele nació en noviembre de 2014, después de haber llegado de vivir en Australia por 6 años, la idea nació a partir de varias motivaciones, vamos a cumplir dos años este año.
¿Estar fuera del país te inspiró a crear Kilele?
Bueno yo creo que la creación de Kilele fue la inspiración de toda una vida. La idea tomó forma claramente en Australia en donde viví por bastantes años y donde hice mi maestría en Gestión Cultural y Artística. Antes de esto yo estaba haciendo algo que no era lo mío y con esa maestría logré encontrar mi pasión, lo que quería hacer en la vida. Luego de vivir en Australia, de estudiar y hacer diferentes cosas relacionadas con el arte decidí volver a Bogotá. Pero antes viajé por Asia, y ahí aprendí mucho del manejo del espacio, de cómo aprovechar una esquina, un cuarto, aprendí la importancia de los detalles, y aprendí muchísimo de mí misma. Decidí volver a mi ciudad como si fuera la primera vez que hubiera llegado, es decir, sin prejuicios, sin miedos, así como iba a diferentes ciudades en Asia, sin saber o esperar nada, así decidí llegar a Bogotá, libre como una pluma, dejándome llevar.
¿Cómo fue regresar a Colombia?
Aquí me encontré con una comunidad artística fuerte, con gente muy pila haciendo cosas muy lindas, proyectos muy interesantes y bueno decidí quedarme.
En ese momento estaba un poco pensando como “¿qué hago?”; mandé algunas hojas de vida….Pero mi mente es inquieta entonces al mismo tiempo empecé a pensar en qué hacer, qué podía hacer mientras me salía un trabajo (risas). En esas me fui a un retiro de 10 días que se llama Vipassana, que es un tipo de meditación. Durante esos días tu no hablas con nadie, es totalmente introspectivo. Allí logré juntar las ideas que tenía y lo que había aprendido en todos esos años de estar trabajando con las artes, con la cultura, de lo que aprendí de mí misma con los cambios de la vida y construí un proyecto en mi mente solamente, porque allá no se podía escribir ni dibujar, no se podía hacer nada, entonces todo fue una construcción mental. Salí de ahí y dije, voy a buscar una casa, y vivo y al mismo tiempo produzco eventos, y así fue. Encontré una casa en Chapinero, me mudé con mi cama, dos maletas y ya. Una casa de 440 m2, vacía...luego ya se fue pegando más gente: una amiga de Australia, mi novio, mi hermano… y así se empezó a formar la comunidad.
En términos personales, ¿qué te inspiró a crear Kilele?
Una de mis pasiones —y no sólo pasión sino mi rol en este mundo— es conectar, es unir, tanto personas como proyectos, como ideas, como sensaciones, y esa pasión se vio solidificada en este proyecto. La palabra Kilele precisamente quiere decir “unión” en diferentes dialectos de África occidental. Cuando llegué a Bogotá lo que hice fue empaparme de toda la cultura y movimientos artísticos que estaban pasando, al mismo tiempo viajé a diferentes festivales del país incluyendo al Petronio Álvarez, y allá hubo un proceso personal de encuentro mío con el país en el que nací, con Colombia, porque de alguna forma cuando me fui de acá me fui un poco desatada de ese patriotismo y nacionalismo, me fui huyendo de eso porque estaba en desacuerdo con cómo se manejaban las cosas. Me fui huyendo del miedo que se maneja acá. Volver fue un proceso de reencuentro con esa sinergia entre mi ser y la tierra en la que nací. Entonces cuando fui al Petronio, de alguna forma algo se movió en mí a través de la música, de la cultura afrocolombiana, de la negritud, de la belleza y hermandad enfocadas en la música, el saber y el transmitir. Ahí algo se movió en ese sentido de pertenencia a mi país, dije “¡Uy estoy en Colombia de nuevo y soy de acá!”. Es muy lindo porque uno puede ser ciudadano del mundo, puede ser de todas partes, pero también nace en un lugar. Y me parece que la tierra colombiana, es una tierra potente, que tiene una mística, un poder energético importante. Me movió mucho y me motivó a hacer un espacio y crear una plataforma para los artistas y para fomentar y activar la cultura.
Casa Kilele
¿Te has enfrentado a algún reto en particular, siendo esta una sociedad machista?
Yo afortunadamente no he tenido una mala experiencia o algo doloroso más allá de lo que uno ya entiende y ya sabe de la sociedad colombiana, pero sí hay retos muy sutiles de corregir, pequeñas cosas. Me cuesta pensar en una experiencia mía en particular, porque afortunadamente yo como mujer no me he sentido irrespetada o violentada.
También creo que eso viene de una memoria de tradición machista que uno trae al nacer. Mi familia es machista, pero no de una forma de negativa, viene de una tradición y una forma de hacer las cosas diferente. De acuerdo a eso siempre he sido la loca de la familia, la que se sale de los estándares, la que “hace lo que quiere” (risas), la que se fue al otro lado del mundo y tiene una opinión para todo. Mi abuela por ejemplo es una mujer hipermachista porque crió 11 hijos prácticamente sola, y de alguna forma a ella la criaron de esa manera y ella se lo transmitió a mi padre y a todos sus hijos, pero esto no quiere decir que esté bien. En ese sentido yo siempre he tratado de quebrar esas tradiciones y prejuicios como que la mujer debe hacer o no hacer esto. Siempre he sido fuerte en ese sentido, no me afectan comentarios que hagan.
Obviamente se siente el dominio de pensamientos conservadores y machistas en el país. Aunque por ejemplo en Australia a pesar de que también hay machismo, racismo, en la ciudad en la que yo vivía se maneja una libertad de pensamiento, de ser, de estructura. Y al volver sí fue chocante, fue un choque cultural. En ese sentido, el ser libre, de hacer lo que uno piensa y quiere, porque acá la sociedad es muy aprehensiva, hay mucho control, hacia los hijos...la dinámica familiar es aprehensiva, los padres quieren que uno haga cosas como ellos las hicieron. Pero en ese sentido siempre he hecho lo que yo quiero (risas), siempre he ido muy firme con mis convicciones, mi personalidad y con mi ser.
¿Cuál es esa personalidad?
Uy… (risas). Bueno, me considero una persona activa mentalmente, me considero pensante, filósofa, bruja, impaciente, creativa. Carismática, loquita…(gran sonrisa).
¿Dónde crees que está tu masculinidad, la sientes en alguna parte de tu cuerpo?
La verdad siento la mezcla entre las dos [masculino y femenino], cuando estaba creciendo me gustaban muchas cosas que a los niños les gusta, como jugar fútbol y otros deportes, me gustaba ser competitiva. En cuanto a las relaciones interpersonales por mucho tiempo de mi vida me llevé mejor con los hombres y no con las mujeres, creo que sentía empatía en ver la vida un poco más simple, con menos dramas... Pero eso ha cambiado a través de los años, en la adolescencia las mujeres me caían gordas, pero en la adolescencia uno es una persona y luego se transforma. En la universidad y cuando me fui a Australia empecé a conectarme mucho más con mi feminidad y la feminidad de otras, y empecé a entender un poco más a la mujer. Siento que mi masculinidad está en que soy aguerrida y competitiva… ¿En qué parte del cuerpo la siento? Tal vez en las manos. Mis manos siempre están haciendo algo, laboreando...¡vea! (risas) Nunca he sido de mucho esmalte, blower, tacones... he sido más simple. Para mí es mucho más importante el hacer, que el ver o que la estética. A pesar de que soy vanidosa y me gusta verme bien.
¿O sea que reconoces tu belleza?
¡Claro! ¡A guevo! (risas)
Cuéntanos un poco más de Vipassana, ¿qué sentiste y qué descubriste ahí?
¡Uf! Bueno, lo que pasa es que eso se va un poco a lo personal. Yo tuve una pareja por 7 años, y luego terminé con esa persona y fue lo mejor que pudo pasar en mi vida, pero de alguna forma soy muy romántica y cuando me enamoro lo hago con toda, y esa fue una relación fantástica, pero pues terminar una relación de tanto tiempo es complejo. Eso me hizo literalmente mirarme al espejo y preguntarme “¿Quién soy?”. Porque de alguna forma cuando estás en pareja —no siempre—, la sinergia y los sueños de la otra persona terminan siendo los tuyos, y resulta que los tuyos se olvidan o se pierden. Entonces cuando me sentí en esa soledad, en ese momento de cambio, pasaron muchas cosas en mí, y como les digo literalmente me miré al espejo —yo le llamo la terapia del espejo— y dije “¿Quién soy?, ¿qué me gusta?”. Y esto fue hace tres o cuatro años, tenía 30, ya estaba grandecita, pero creo que uno todo el tiempo se está reivindicando y preguntando quién es, porque estamos en constante evolución. Entonces fue fuerte pero al mismo tiempo me encontré con esa fortaleza que hay en mí. Habría podido quedarme en Australia, pero siento que en ese momento el viento del cambio me estaba soplando bastante fuerte, y algo que yo hago es intentar escuchar al universo lo más que pueda. Con el universo me refiero a los elementos del universo, sentí que necesitaba un cambio tanto físico —de donde estaba— como espiritual. Y ahí decidí cambiar mi vida completamente, vendí todo (risas). Hicimos una venta de garaje y en el momento en que estaba sacando las cosas para venderlas fue una catarsis de todo, de mi relación, de los 5 años que había vivido en Australia, de cómo estaba yo en ese momento mentalmente, físicamente.
Fue una terapia maravillosa despojarse de todo eso. Vipassana lo había querido hacer hace rato, pero no estaba en el momento mental para hacerlo porque eso es algo que a uno le nace, había escuchado de personas que lo habían hecho pero yo estaba en otro rollo. Cuando terminas una etapa de 6 años, vendes todo y te vas a viajar y vuelves acá, qué mejor momento que hacer ese tipo de retiro y encontrarte. Lo hice y es difícil, es de los retos más difíciles que he hecho en mi vida. La verdad hablar o no, no importa, al medio día te acostumbras, pero sí aprender a meditar y verme adentro. A mí me gusta mucho analizarme y reevaluarme constantemente pero también me cuesta aceptar esas cosas profundas que uno tiene adentro. Y pues estás 10 horas del día en ti, adentro, en ti mismo... Los primeros días uno se quiere ir a uno le duele todo. Como todos los procesos los estás rechazando, quieres estar en tu comodidad, en tu casa... Pero persistí y poco a poco me fui desenredando de muchas cosas, siento que saqué experiencias fuertes y dolores que pasaron en mi infancia, entonces Vipassana fueron 10 días para ser yo misma, porque finalmente el día a día está contaminado de muchas cosas, y ahí tuve mi mayor momento de lucidez...hay que hacerlo otra vez, ¡ya es hora! (risas).
Siendo creadora de un espacio cultural en donde estás en contacto con personas de todo tipo, ¿tienes algún recuerdo o anécdota que nos quieras contar?
Pues hay muchísimas cosas que se me vienen a la cabeza, pero lo más maravilloso es poder ser líder de un proyecto colectivo, de un espacio cultural para todos, de una plataforma de comunicación, de colaboración y solidaridad en un país marcado con sangre y violencia, pues realmente todo lo que pasa acá está tocado por la magia. Acá en Colombia primero he aprendido a reencontrarme con nuestro arte, a valorar la creatividad y el artista colombiano, me he reconectado con la música y con el cine, historias… No me acuerdo de alguna bien importante...pero en general es muy hermoso ver a las personas que llegan a Casa Kilele y sin importar el día que hayan tenido o los problemas que tengan el espacio y la energía les saca una sonrisa, es hermoso ver gente de todas las edades interesada por las diferentes actividades que hacemos. Por ejemplo en la primera casa en Chapinero teníamos una vecina, una viejita de 93 años, y era lo más hermoso del mundo con nosotros, el día del mercado se bajaba de su apartamento para ir a comprar sus tomates. Colombia tiene algo maravilloso y es la cotidianidad y la autenticidad de la calle. Salir y que te digan “¿Qué más vecino?” es algo hermoso y con ella siempre era así, nos saludábamos, nos abrazábamos y me trataba como si fuera su nieta. Un día murió. Y me encontré con su hijo, y sentí como si se hubiera muerto mi abuela, pero fue increíble que ella pudo tocarse con un espacio diferente y pudo interactuar con un montón de gente en los últimos meses de vida en este lugar.
Hay muchísimas más. De las cosas más hermosas de Kilele es que nosotros vivimos acá, entonces abrimos las puertas de nuestra casa para que todo el mundo entre y sienta y la conozca. Es muy lindo ver a las personas que están acostumbradas a estar en una sociedad hostil en donde la gente tiene candados en sus casas para que nadie pueda entrar, porque se vive del miedo y se cree que algo malo va a pasar. Es bonito romper ese hielo simplemente quitando esos candados y abriendo las puertas, ¡arriesgándonos sí! Pero teniendo la fortaleza para afrontarlo. Lo más hermoso es ver a la gente entrar y decir ¡WOW! ¿Por qué me dejas entrar en tu casa? ¿Por qué me das este espacio si ni siquiera me conoces? Y para mí eso es lo que necesitamos como sociedad, esa hermandad. Confiar y no desconfiar.
¿Quién te inspira?
Mi madre primero que todo. En términos familiares, mi madre, mi abuela, mujeres muy verracas, muy fuertes, inteligentes y echadas pa lante sin importar nada y a pesar de las vicisitudes de la vida. ¡Björk! (risas), me gusta su forma de ver el mundo, y su forma de experimentar la música y el arte, su manera de usar su talento y su fama para enviar mensajes interesantes. Me inspiran artistas sobre todo... Me inspira Frida Kahlo por su capacidad de sobrevivir a todas las locuras que le pasaron en su vida y además de eso lograr enfocarlas en un arte maravilloso. Todavía tengo su diario y de vez en cuando lo leo y me da como ganas de seguir, de crear...sí... Y...me inspira mi hermana, el recuerdo y la memoria de mi hermana. Tuve una hermana y se murió cuando yo tenía 8 años y ella tenía 11, y es lo más duro que me ha pasado en la vida. Pero así mismo su recuerdo, su energía me ha acompañado toda mi vida, y pues me inspira muchísimo porque la vida es así, es frágil, súper frágil y uno en cualquier momento ya no está. Ella seguramente iba a ser artista: ya escribía poemas, bailaba y hacía de todo, entonces yo creo que ella está en mí a través de lo que estoy haciendo en este momento.
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Una canción: Razón de vivir, Víctor Heredia
Un libro: La sombra del viento, Carlos Ruiz Zafón
Un apodo que odiaste: Juliana Cepeda y Silva
¿Qué es la sexualidad? Conexión
¿El pudor? Miedo
¿La seguridad? Certeza
¿La felicidad? Efímera
¿Qué te molesta? Que la gente no cumpla su palabra
Un sabor: Aguacate
Una frase: No hay mal que por bien no venga
Una parte del cuerpo: Las tetas
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Sigue su proyecto en: Casa Kilele-Casa Cultural
Gracias Juli por abrirnos las puertas de tu vida, de tu proyecto!
@MyGrlstory