Salud Femenina: Retomando el poder
Si de algo puedo hablar con propiedad es de la lucha con las hormonas. Digo “lucha” porque así se sintió y se ha sentido antes de alcanzar la reconciliación con mi cuerpo. Entendí que el cuerpo es sabio, puro, y que lo único que hace mediante todos esos síntomas que detestamos es: avisarnos que algo anda mal. Cada vez que veía mi acné en el espejo lo veía con ansiedad, con frustración y hasta ira, en lugar de preguntarme ¿qué trata de decirme mi cuerpo con esto? desde el respeto y el amor. Algo positivo que siempre hice fue dejar medicamentos cuando me hacían sentir terrible, escuchar mi intuición en ese proceso. Posiblemente allí, inició la búsqueda que me llevo a los descubrimientos escalofriantes que, en este artículo, quise compartir con ustedes.
Antes de empezar, quiero dejar claro que respeto a la ciencia por encima de todas las cosas, este no es un texto más sobre alternativas naturales. Pero si bien la carrera de medicina dura sus 10 años y los profesionales a quienes les confiamos nuestra salud son expertos que tienen -toda- la información, también hay “practicas” sobre todo a la hora de diagnosticar y medicar, que considero sumamente crueles. Es el uso ético de la ciencia lo me preocupa y en esto, el conocimiento es la herramienta fundamental de nuestros tiempos. Lamentablemente en temas de medicina: no sabemos todo y somos vulnerables. Antes de llenarlas de juicios de valor, les narraré mi historia.
A unos meses después del desarrollo comenzó mi pesadilla estética número uno: el acné. Acompañando a una menstruación “irregular”, asesino de la autoestima y amigo de la depresión: el acné me llevo a no sé cuántos dermatólogos durante mi adolescencia. ¿Te suena conocido? Estaba desesperada y me atrevo a decir que intenté todos los tratamientos dérmicos posibles, desde los naturales, hasta los más costosos, peelings, microdermoabración y la más rígida rutina diaria de limpieza: lograba curar y desaparecer rápidamente las lesiones, pero ellas no dejaban de aparecer. Fue la isotretinoina (una sustancia bastante tóxica) la que logró eliminar mi acné por períodos de tiempo que eventualmente, terminaban.
Fue mi ginecóloga la que, sin ningún examen hormonal, me indicó que mi problema era hormonal y que debía tomar pastillas anticonceptivas con acetato de ciproterona, Diane. Santo remedio… no volví a saber del acné por años y se me hacía terrible que ninguno de los dermatólogos que visité en mi adolescencia me remitió a un endocrino para revisar mis hormonas. Entendí que muchos dermatólogos (no todos, pero sí todos los que me atendieron a mí) prefieren tratarte desde su conocimiento, sus citas, sus tratamientos, su control, su bolsillo.
Lo peor estaba por venir: brotes en mis 20’s, una cosa rarísima. De nuevo me tocó visitar, esta vez, a cuatro endocrinos diferentes hasta encontrar lo que pasaba. Para unos tenía Síndrome de Ovario Poliquístico, para otros no, para unos el tratamiento era literalmente una pastilla que se usa en pacientes con cáncer de próstata (etaconil), para otros un diurético para la insuficiencia cardíaca y problemas de presión arterial (espironolactona). Todo parecía funcionar, aunque sonaba terrible, pero igual solo por un tiempo. Si les han recetado alguno de estos medicamentos, les recomiendo considerar los efectos secundarios; son muchos y son graves.
Fue a mis 29 que me encontré con el blog de la médico australiana Lara Briden, donde encontré, en primer lugar, que nunca fui “irregular”: siempre que menstruara cada 26, 27, 30 o 35 días se consideraba que tenía un ciclo normal. Irregular no es quien no recibe su menstruación cada mes en el mismo día, es quién deja de ovular, porque la ovulación sana es la que, por ejemplo, produce progesterona: hormona esencial que regula entre otras cosas, el humor, los niveles de testosterona y que bloquea naturalmente a los andrógenos que producen EL ACNE, la alopecia y el hirsutismo. Por eso Briden recomienda: primero descubrir si ovulas o no, tomando tu temperatura o midiendo tus niveles de progesterona en el día 21 de tu ciclo. Esto no es nada nuevo para las mujeres que usan el método del ritmo… pero yo nunca lo usé y a mis 29, no sabía descubrir si ovulaba o no con mi temperatura, ningún endocrino -jamás- me envió a hacerme exámenes en el día 21 de mi ciclo (solo entre los días 3 y 5 de mi menstruación).
Descubrí además que el acetato de ciproterona y las progestinas presentes en las pastillas anticonceptivas, no tienen nada que ver con la progesterona que previene el acné en un cuerpo sano. Todo lo contrario: mientras tomas la píldora, no ovulas jamás, por lo que tendrás deficiencia de progesterona por la cantidad de tiempo que la uses. En mi caso, fueron más de diez años. Se trata de una dependencia que no le permite a tu cuerpo sanar con la producción y uso de sus propias hormonas (cuando puede hacerlo); en lugar de ello, lo acostumbra a funcionar con químicos artificiales (que no siempre necesitas) y que después de un tiempo, son capaces de desarrollar una infertilidad post píldora que, también, se trata con hormonas artificiales. Aquí viene lo aterrador.
A los 26 decidí dejar la píldora. Algo me decía que mi cuerpo necesitaba un descanso de estas hormonas artificiales, leí que la maca (raíz peruana) era capaz de regular mis hormonas naturalmente. Para mi sorpresa, después de un brote por abstinencia que duró un par de semanas… no tuve acné de nuevo por dos años más. Mi cuerpo ya no necesitaba el tratamiento. ¿La maca me había curado?. No fue hasta este año (2018) que tuve un nuevo desajuste que me llevó a otro endocrino, de quien recibí la misma receta después de gastar $5000 pesos en exámenes de sangre: Diane (la píldora que tomé toda mi vida) + espironolactona. ¿Qué había pasado esta vez, si ya mi cuerpo había encontrado su balance naturalmente?
Estaba increíblemente frustrada. Regresar al mismo tratamiento con los mismos efectos secundarios (lívido inexistente, náuseas, várices) parecía una muy mala decisión pero mi testosterona estaba alta. Investigando por mi cuenta llegué a los artículos de la Dra. Briden, donde al fin llegué a la raíz del problema… no estaba ovulando correctamente, no tenía suficiente progesterona. ¿Por qué no ovulamos? debe ser la pregunta más importante de mi historia médica. La razón puede ser tan sencilla como demasiada soya, una deficiencia de magnesio, yodo o zinc… y justo el zinc era mi caso.
No solo ninguno de mis dermatólogos me envió con un endocrino para tratar la raíz hormonal de mi acné, ninguno de mis tantos endocrinos me hizo exámenes de magnesio, yodo o zinc, ninguno de ellos se aseguró de que estaba ovulando correctamente, ninguno de ellos quiso descubrir y curar la raíz de mi problema hormonal. En lugar de ello, solo detectaron los niveles anormales de mis hormonas para recetarme hormonas artificiales y otros fármacos que los regularan. Me sorprendí también al encontrar que el yodo y el zinc, siendo tan importantes para la salud de la mujer, no se encuentran entre el perfil 20 o la química sanguínea de 36 elementos de los laboratorios y que suplementos especializados, de calidad, son difíciles de encontrar en México. Una vez más, la medicina que conocemos nos trata, en sus términos, respondiendo a oportunidades para recetar SUS fármacos para disminuir síntomas, sin tratar la raíz del problema.
Después de batallar y batallar por 16 años, encontré mi raíz a los 29. Con suerte a tiempo, espero, para sanar mi cuerpo mientras continúa mi edad reproductiva. Sentí mucha tristeza… al pensar en la inocencia que nos lleva a confiar a ciegas en nuestros médicos por años, al sorprenderme por lo poco que sabemos las mujeres sobre nuestro propio cuerpo y la importancia de la ovulación. No saber cómo confirmarla hasta los 29 años, no saber que mi cuerpo necesitaba zinc para ovular y que podía haber una deficiencia, no haber tenido manera de descubrirlo más que el no conformarme y seguir investigando, buscando segundas opiniones. Todo esto me pareció casi un crimen de salud pública y peor me sentí conmigo misma, por haber estado tan enojada con mi cuerpo cada vez que reaparecía el acné. Todo este tiempo, solo trataba de avisarme que algo seguía mal.
No quiero imaginarme las crueldades de este mismo sistema en la maternidad, en el parto, en la salud de nuestros niños, de nuestros abuelos… pero sé que escuchar nuestros cuerpos es importantísimo, también nuestra intuición. Es esencial adquirir todo el conocimiento que podamos, leer, investigar, cuestionar, perseguir segundas opiniones para aclarar todo aquello que no entendamos hasta la raíz. Tenemos que saber que las opciones que nos ofrecen no siempre son las más sanas, seguras y eficaces; por eso exijamos siempre explicaciones detalladas y estudiemos muy bien la situación antes de entregarnos a cualquier fármaco de por vida.
Aunque sigamos confiando en los doctores (tendremos que hacerlo muchas veces en nuestra vida y muchos de ellos son maravillosos) podemos retomar el poder con el beneficio de la duda, con el conocimiento, compartiendo nuestras experiencias y no descansando hasta llegar al fondo de todo cuando se refiere a nuestra salud, nos lo merecemos.
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