Donde no puedas beber, no te demores. Una reverencia al tequila y al whisky.
Raquel Tibol, crítica de arte mexicana –que convivió por un tiempo con Frida Kahlo- afirmó al diario El Universal que es una barbaridad llamar a una marca de tequila con el nombre de la eterna artista. Me refiero al Tequila Frida Kahlo producto de la empresa Frida Kahlo Corporation. A mí no me parece tan bárbaro. Frida adoró al destilado de agave e incluso aceptó que intentó superar algunas de sus penas –que parecen inverosímiles para una sola mujer- por medio del delicioso licor. No fue gratuito que afirmara: “Intenté ahogar mis dolores, pero ellos aprendieron a nadar”. Y No fueron inundados precisamente con agua de tamarindo.
Frida consumía una botella de tequila diaria acompañada de algunas pastillas de morfina para calmar los múltiples dolores que afectaban sus piernas –o, mejor dicho, pierna-, su columna vertebral y su corazón. No es un desacierto que muchos ahora brinden con un licor bautizado con su eterno y precioso nombre. “Bebo para olvidar, pero ahora… no me acuerdo de qué”. Es más que apropiado celebrar con una bebida que impidió que Frida y sus pinturas abandonaran nuestra parca humanidad. Hasta aquí el tequila.
Abel González, periodista argentino con una inteligencia mayor para la opinión gastronómica, escribió un libro imperdible llamado Elogio de la Berenjena. En el primer artículo escribe sobre James Joyce –del cual no se han creado palabras castellanas para describir su genialidad-. El argumento puede resumirse así. Los irlandeses son ahora gente jocosa no por los alimentos que pudieron consumir durante su dominio por parte de los ingleses. Son personas dichosas por el aguardiente, la cerveza y el licor con el que pudieron confundir al hambre en su época de desdicha.
“De los langostinos con espesa mostaza de Tewkesbury, de los rábanos dulces de Chersey, de los guisantes de Eton y de los severos congrios de Graversend –a los que son tan dados los ingleses- nada les tocó a los naturales de Dublín en ese reparto de bondades de la tierra y los mares”.
Una nubecilla o A little Cloud es el cuento número ocho del acervo joyceano llamado Dublineses; una línea narrativa que retrata la vida desde el nacimiento hasta la muerte. Son en total quince textos; Una Nubecilla equivale a la época de juventud en donde la amistad cobra protagonismo. El licor es fundamental en cualquier tipo de relación y más aún si se trata de un par de dublineses.
Galleher -hombre que abandonó Irlanda buscando un mejor futuro- decide visitar a su viejo amigo Chico Chandler -Thomas Malone Chandler- en Dublín. “¡Hola, Tommy, héroe antiguo, por fin llegas! ¿Qué quieres? ¿Qué vas a tomar? Estoy bebiendo whisky: es mucho mejor que al otro lado del charco. ¿Soda? ¿Lithia? ¿Nada de agua mineral? Yo soy lo mismo. Le echa a perder el gusto… Vamos, garçon, sé bueno y tráenos dos líneas de whisky de malta…”. En idioma vernáculo beberse un buen whisky se dice deoc an doruis: Chico Chandler y Galleher -quién confirmó el apunte- no sintieron el pasar del reloj charlando y deocandorius-ando.
No es el tiempo del reloj el que vale la pena, es el tiempo del licor lo que cuenta en una charla de amigos. ¿Cuántos tragos de whisky pidieron al garçon? No sé, pues el tiempo alcoholizado embebe al lector de igual manera que a los protagonistas. Chico Chandler y Galleher no mastican ni siquiera una migaja a lo largo de Una Nubecilla. El argumento se trata de tragar, beber, bogar; de que el esófago sirva de rodadero para aquellos licores amados de las charlas nocturnas.
Volvamos a Abel González. Más adelante en Elogio a la Berenjena nos cuenta sobre el actor estadounidense Humphrey Bogart cuando atravesó una época de depresión -común en todo aquel que se atreve a intercambiar la fama por la vida-. En ese entonces, junto a algunos amigos, estaba dedicado a encontrar la mezcla perfecta de whisky que lo salvara del aburrimiento. Para Bogart no era una ligereza; anotaba en una libreta verde, que llamaba La Biblia, las medidas exactas del whisky utilizado y sus respectivas marcas. González explica: “En compañía del director John Huston (otro experto) -del director de El Tesoro de la Sierra Madre, donde actuó su esposa Lauren Bacall- compuso esta fórmula, que ambos encontraron perfecta: una parte de whisky canadiense Seagram`s V.O., dos gotas (no más) de cualquier abominable bourbon de Kentucky, una parte de chivas de 12 años, tres partes de Black & White y tres partes, más un pequeño chorrito, de verdadero scotch de pure malt (si es Glenfiddish mucho mejor)”. Imagino que Humphrey Bogart se habría sentido identificado con aquella frase famosísima de James Joyce cuando, días antes de entrar a cualquier quirófano sin importancia para tratar equis enfermedad con la misma importancia del quirófano, se le recomendó que no ingiriera licor: “No te inquietes - le contestó-, tú sabes que yo no bebo nada entre vaso y vaso”. Hasta aquí el whisky.
Sin más para decir: donde no puedas beber, no te demores.
@manuelaalhorno
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