La mujer del medio siglo
“Me aficioné a leer páginas que contenían botellas de vino que deseaba descorchar.
Ese vínculo resplandeciente de la buena comida con la literatura”
M.F.K. Fisher
Como una mujer sensata acepto que Cien años de soledad es una obra maestra. Cuando la acabé sentí que nada superaría su riqueza literaria. Experimenté angustia y al tiempo esperanza. Como cuando se intuye que la vida es muerte. Sin embargo me arriesgué y quise conocer al Nobel colombiano en su época como periodista. Hace pocos meses compré Textos costeños, obra periodística de Gabriel García Márquez y me encantó —después de cuatro años de haber leído la novela—. Aunque es esencialmente diferente a Cien años de soledad es igualmente encantador. Los textos periodísticos no tienen nada que envidiar al inmaculado Realismo Mágico.
Nombró “El santo del medio siglo” a una de las notas que ampara este volumen. La redactó en enero de 1950. García Márquez narra que existió una disputa periodística acerca de quién debería ser el Hombre del medio siglo: Albert Einstein o Winston Churchill. El segundo gana la batalla según el escritor colombiano —y la revista Times pasando por alto el veredicto de Semana, que consideró como ganador a Einstein solo por su inteligencia ¿Sabían lo que estaban afirmando?—. Dicha victoria no por sus alcances políticos en Inglaterra sino por su gusto en la mesa. Aunque Einstein fue un genio y aportó grandes avances a la ciencia, no le gustaba comer; ¡inaceptable! Churchill por el contrario, fue un hombre de buen comer y beber —beber, por encima de todo—.
En palabras de García Márquez: “Desde los primeros instantes del siglo actual —siglo XX—, Einstein empezó a modificar la mentalidad humana a base de puros garabatos matemáticos, en forma que resulta casi mitológica, salida de la órbita prosaica del mundo moderno. Churchill, en cambio —siendo el hombre del medio siglo—, llega a la posesión de su gloria desprovisto de cualquier instrumento que pueda parecer extraño o divino a sus contemporáneos. La obra de Einstein es producto de la genialidad. La de Churchill lo es de la buena digestión. Y, por ese aspecto, se parece mucho más a lo que el hombre corriente del medio siglo hubiera querido ser”.
Mary Frances Kennedy, mejor conocida como M.F.K. Fisher, se ubica al lado de Winston Churchill en el podio de los hombres del siglo XX. La diferencia es que Fisher es mujer; la mujer del siglo pasado. No era simplemente una escritora; ella estaba flechada por la cocina. La gastronomía le regalaba las experiencias e imágenes que necesitaba para escribir crónicas con un sazón imperdible. Hasta tiene una página web, acá el link: https://mfkfisher.com/.
Fisher nació en Estados Unidos en julio de 1908 —la cocina americana no es reconocida, más bien despreciada. ¡No entren en pánico! Pues Mary aprendió a cocinar en Francia— y murió en 1992, año del nacimiento de su servidora Manuela al Horno y no creo que se trate de pura coincidencia. Volvamos al punto, ¿Por qué Fisher? pues la razón es que ella es una mujer porque sí; es justo buscar a una glotona que lleve la bandera de parte de la historia. La conocí cuando algún amigo publicó en facebook la reseña de la antología El arte de comer, que vio la luz en 1954 y que ahora publica la editorial Debate —en una linda edición rosa pastel, de tapas duras y fuertes y pesadas, como si guardaran un tesoro—.
Fisher redactó una especie de prólogo para El arte de comer; que, como toque final, obtuvo el premio James Beard CookBook Award en 1989. Y la describe como la única carta que ha escrito a sí misma “con admiración”. En “Otra vez”, septiembre de 1989, afirmó: “Tengo que pedir a alguien que me lea alguna parte de El arte de comer, hablo en serio, tengo intención de hacerlo en un futuro próximo. Procuraré disfrutar de las palabras, pues sé que lo han hecho otras personas mucho mejores que yo. Muchos me han escrito y me siento orgullosa de que me hayan dicho que es un buen libro, aunque sinceramente solo puedo aceptarlo en nombre de M.F.K. Fisher. Como Mary Frances, soy incapaz de creer lo que han dicho con tanta gracia y generosidad, de modo que lo leeré y reflexionaré sobre ello, como algo que Fisher escribió para mí.”
Este ejemplar es una reunión de crónicas, memorias y, de cuando en cuando, ensoñaciones que dan ejemplo de escritura y originalidad a los escritores que lo leen. Fisher manosea la comida, la disfruta. Ésto se evidencia en estos textos cortos y potentes que conforman El arte de comer. Me atraen sus títulos, son únicos. Yo digo que es la mujer del medio siglo pues tuvo el acierto poético de nombrar su primer libro así: ¡Sírvase de Inmediato! y, ¿quién no se lo serviría inmediatamente?
Les quedo debiendo montones de anotaciones sobre Textos costeños y El arte de comer. Tomen estas palabras como abrebocas.
@manuelaalhorno