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EL HAMB

¿Cómo carajo conseguimos vivir sabiendo que pasan estas cosas?

Martín Caparrós

En esta ocasión una reseña a medias para recomendar la mitad de un libro. Las personas, dijo Oscar Wilde, están formadas de cielo pero también de infierno. Los libros también. Hoy un pedacito de gloria y tiniebla con El hambre de Martín Caparrós. El autor es un periodista argentino que ha escrito gran parte de sus textos acerca de la fatiga que genera el hambre y de cómo llenar su insoportable vacío. Lo compré por lo que dice en la contratapa y porque tengo un corazón que se arruga fácilmente. “Pero usted que sí leyó este breve párrafo en medio minuto; sepa que en ese tiempo sólo se murieron de hambre entre ocho y diez personas en el mundo. Respire aliviado”. Odio profundamente los textos que se dedican a llorar. Siento algo como un baño de babas —lo que imagino que es uno de ellos— y siento que me asfixio. Presentí que esta lectura sería otro episodio del escupitajo de palabras irritantes que son recurrentes en los relatos sobre la existencia. Sin embargo mi corazón, gobernado por la recomendación de un maestro, me ordenó deslizar la tarjeta por la ranura y vaciar cincuenta y cuatro mil pesos de mi penoso capital.

Tomado de: https://www.google.com.co/search?q=el+hambre+martin+caparros&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiKkZOW69nTAhXLJCYKHWZhAYgQ_AUICigB&biw=1600&bih=770#imgrc=Tzd3AE_sldTjDM:

Vamos primero con lo que me gustó, lo que de verdad me atrapó y que por ello hago esta recomendación a medias. El hambre no me ensució, no me hizo sentir despreciable por amar comer, por saborear hamburguesas y pizzas que quizás cuesten algo parecido a la vida mensual de una persona en la India. El hambre no me hizo cambiar mis principios, ni cuestionó mi dignidad. Me hizo reír y entender la realidad del mundo. Esa que no está en mis manos y que no puedo cambiar. Seguiré disfrutando de los sábados nocturnos acompañada de buena comida y una Coca-Cola fría. Por otro lado, esta crónica está bien escrita —bueno, al menos hasta la página 356—. Caparrós narra la desdicha desde un ángulo que no puedo imitar; es un punto que no trastorna pero que impacta. Por ejemplo, hace una pregunta frecuente: ¿Cuál es tu plato favorito? Este cuestionamiento no existe para muchos. La palabra plato no tiene lugar en su vocabulario pues no hay experiencia con qué identificarla. El favoritismo es imposible, pues resulta que no hay una lista para escoger lo que más o menos agrada. Hay una sola cosa, la necesidad, el vacío. Comer o no comer.

“—¿Cuál es tu plato favorito, el que más te gusta comer? —La bola de mijo —¿Sí? ¿Es mejor que el pollo?

—¿Pollo? Pollo no puedo comer nunca. ¿Para qué quiero que me guste?”

Tomado de: https://www.google.com.co/search?q=el+hambre+martin+caparros&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwiKkZOW69nTAhXLJCYKHWZhAYgQ_AUICigB&biw=1600&bih=770#tbm=isch&q=nietzche+ecce+homo&imgrc=GxycOHS9WimosM:

El hambre es un texto que narra dos realidades. La verdad sobre el hambre y la historia de la gastronomía. Este es otro elemento que me llamó la atención, pues estar leyendo la historia de Ahamad, de Avani o de Kishore mientras entiendes cómo evolucionó la carne cruda hasta las conservas, es paradójico —¿cruel?, ¿penoso?—. Pero creo que es una reducción que le cuajó a Caparrós. Estas personas podrían sentirse identificados con lo que dijo Nietzsche en Ecce Homo: “He comido siempre y únicamente mal”. El problema es que el alemán lo quería así y los personajes tratados en este libro no imaginan otro panorama que comer exclusivamente mal.

Le recomiendo que lea El hambre hasta la página 356 o hasta el capítulo cuatro. Más allá creo que cae en un remolino de historias, de palabras y de quejas que se unen y se separan formando imágenes amorfas y aburridas. Caparrós dejó que los protagonistas de su crónica se convirtieran en personajes inexistentes, esos del país del nunca jamás. Algo importante en un texto es que sea compacto y armónico, Caparrós lo logra hasta este capítulo. Luego me hostigó con su reguero de acusaciones. Los relatos que generan abatimiento son como el chocolate: disfruto de un par, digiero una docena, más me dan náuseas. Leer El hambre luego de la página 356 es como tratar de soportar quince chocolates mitad de leche (que ni llega a ser semi-amargo).

No voy a negar que me encantaría leer más de Caparrós. Está en mis planes. Por ejemplo, vi que tiene un libro llamado Comí y sí que me gustaría recibirlo de regalo —o al menos que me informen dónde puedo conseguirlo—. Ese título me atrae; resume mi existencia. Para terminar y como dije al principio, esta es una reseña mediocre para recomendar la mitad de un libro. Soy consciente de que este comentario no es ni una pizca de bueno a comparación de El hambre. Incluso es equivalente a comer más de quince chocolates de leche. Por eso léalo, pues se atrevió a leer mis palabras hasta acá. Nadie se muere por dejar un libro a medias.

@manuelaalhorno

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