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Las menudencias de Leopoldo Bloom Una invitación al bloomsday gastronómico

El lugar:

De fondo tres estantes. En el primero, el estante inferior, podemos encontrar de forma organizada: “cinco platos de desayuno verticales, seis platillos de desayuno horizontales sobre los que descansaban tazas de desayuno invertidas, una taza con bigotera, con platillo, de porcelana Crown Derby, cuatro hueveras blancas con borde dorado, un bolso de gamuza abierto mostrando unas monedas, principalmente de cobre, y una cajita de confites aromáticos (violetas)”. El estante inferior es el compartimento de la vajilla que ya no usa la Señora Bloom, ésa que es desigual; un plato con decorado azul cielo y detalles dorados. Otro medio cuadrado, con pequeños destellos plateados en una esquina. Tres vasos de frascos lavados de mermelada. Unos cuantos pocillos; se ven algunos sin oreja, otros pertenecientes a la vajilla original que les obsequiaron por el matrimonio, y otros en forma de mug especiales para café. Algunos cubiertos dispares y una ensaladera despicada. El monedero no debería estar en el estante inferior, pero el Señor Bloom lo dejó allí distraído mientras observaba a su gata lamer una bolsa vacía de riñón.

El estante del medio, por ser asequible a las delicadas manos de Mrs Molly Bloom, es la repisa donde se colocan los ingredientes más utilizados: sal, pimienta, algunas aceitunas para mascar mientras hierve la sopa, otra huevera —esta vez con tres huevos—, una botella de Oporto medio llena de la casa William Gilbey and Co. En una esquina, una pera de Jersey a punto de dañarse, un tarro casi vacío de carne en conserva, cinco onzas de té Anne Lynch, un paquetico de cacao soluble. Y en el puesto que no les corresponde: “Un estuche cilíndrico conteniendo el mejor azúcar cristalizado en terrones, dos cebollas, una, la mayor, española, la otra, más pequeña, irlandesa, biseccionada, con más superficie y más olor”. Además, arrinconados en una esquina: “Un tarro de nata Lechería Modelo Irlandesa, un jarrito de porcelana oscura conteniendo tres octavos de pinta de leche adulterada agriada, convertida por el calor en agua, suero acídulo y cuajos semisolificados”. Como detalle final un plato con un pedazo de chuleta fresca, cerca del borde de la repisa.

Molly Bloom no alcanza el estante de arriba. Limpia con un sacudidor casero. Un palo con una borla pegada con silicona. Lo hace tres veces a la semana. Es sencillo, pues solo sostiene algunos recipientes particulares que sirven de decoración para la cocina.

El menú:

Leopoldo Bloom es un hombre de buen gusto. A veces es desagradable y descuidado; en vez de colocar las vísceras en el aceite caliente, las tira, como si se tratara de un juego de baloncesto. Sin embargo, proceda como proceda, al señor Bloom le quedan sabrosas las comidas. Para una ocasión tan especial como es el bloomsday gastronómico, Leopoldo va de compras. No quiere decepcionar a los invitados: “Vida en crudo: un chelín y cuatro peniques de carne en conserva y cuatro rebanadas de pan en el restaurante North City, calle Marlborough, propietaria señorita Kate Collins. Veinticuatro ciruelas maduras a una chica al pie de la columna de Nelson para quitarse la sed de la carne en conserva”. —El resto de ingredientes los tengo en casa, piensa el señor Bloom.

El señor Bloom comienza con el menú del desayuno. A las ocho de la mañana Bloom prepara y prueba fascinado los órganos interiores de algunos animales. También condimenta una sopa espesa de menudillos, pues es uno de sus desayunos favoritos. Le da energía, como las mollejas, que dice que tienen sabor a nuez, o el corazón relleno asado, el hígado apanado y las huevas de bacalao fritas. Otra exquisitez son los riñones de cordero a la parrilla; Bloom piensa que son sublimes porque “le dan a su paladar un sutil sabor de orina levemente olorosa”. Para acompañar, unas rebanadas de pan con mantequilla, tres o cuatro, para mojarlas en los jugos expulsados por las menudencias. A Molly no le gusta que el plato se vea repleto. Mejor una sola tajada con una superficie de guarnición. Simple.

“En riñones pensaba mientras andaba por la cocina suavemente, preparándole a ella las cosas del desayuno en la bandeja abollada. La luz y el aire en la cocina eran gélidos, pero fuera, por todas partes, hacía una suave mañana de verano. Un poco de vacío en el estómago le daba. Los carbones se enrojecían”.

Boca seca. Puso un cacharro de agua en el fogón, a fuego medio. Una taza de té es adecuada para acompañar los órganos interiores. “Allí se quedó asentado, opaco y rechoncho, con el pico saliendo para arriba”.

¿Qué hay para el almuerzo? El señor Bloom propone un primer plato. No está muy convencido, no hay mucho de vísceras en él. Con una mueca intenta disimular agrado.

“¿Qué diríais, mis buenos señores, de un pastel de pichones cebados, unas tajadas de venado, un lomo de ternera, una cerceta con tocino ahumado, una cabeza de jabalí con pistachos, un cuenco de cándidas natillas, un vaso de aguardiente de nísperos y una botella de vino añejo del Rhin?”

Sin dejar que los comensales den un veredicto, y como sin saber que su desagrado hacia el primer plato es público, sugiere otra opción. Intenta ponerle tono de “plan b”, de opción flotador o de “por si las moscas”. Su mirada lo delata: “Observaba absorto las madejas de salchichas, morcillas, negras y blancas. Las relucientes tripas, atestadas de carne picada, le alimentaban la mirada y respiraba en tranquilidad el aliento tibio de la sangre de cerdo cocida con especies.”

¿Por qué no considerar unas menudencias bien marinadas? Dice Bloom con voz mecánica. “Leopoldo cortó tajadas de hígado. Comía con deleite los órganos interiores, las mollejas, de sabor a nuez, las huevas de bacalao fritas”. Los comensales ya lo saben, el almuerzo serán vísceras. No hay vuelta atrás. La escena final fue la siguiente: “Comía filete y riñón, filete y luego riñón, bocado tras bocado de pastel comía Bloom comía”. Y los invitados se preguntan: ¿Dejará algo para el momento de servir?

Boca seca de nuevo, la bebida. Hay Power Ranger —mezcla de limón, licor de arequipe, licor de fresa, cerveza, vodka, piña colada y fresas procesadas—. Bloom sugiere la sidra, pues limpia la garganta de la grasa aromática de las menudencias. También pueden escoger una cerveza; hay Guinness en la nevera. Una comensal, la señorita Kennedy, se está pasando de tragos: “sonrió rígida, bisirviendo, labios de coral, al primero, al segundo. No le era molestia.”

Es un placer finalizar el almuerzo con un toque de dulce. Limpia el paladar y sugiere una taza de café cargado que siempre es bien recibida. Bloom ofrece postre. Se imaginó el vaho de bollos con mermelada recién sacados del horno que brotan de Harrison; esa dulce sensación cuando camina cerca del pequeño restaurante. “El pesado efluvio de medio día le cosquilleó al señor Bloom la parte alta de la garganta”. No tiene ingredientes para hacer bollos con mermelada, pero sí los necesarios para hacer un buen postre: “mantequilla, la mejor harina, azúcar de caña, o si no, té caliente”. Bloom desea bollos de Harrison. El anfitrión piensa desahuciado: “Así mata el roer del hambre. ¿Es placer o dolor? Comida de a penique. Cuchillo y tenedor encadenados a la mesa”.

Imaginó algunas migas de repostería en la pechera del vestido de la señorita Kennedy, un toque de azúcar harinosa pegado en su mejilla. Se decidió. El postre sería “pastel de ruibarbo con abundante relleno, rico interior de fruta.”

Una buena conversación hace que el tiempo se acorte. El señor Bloom, Molly, la señorita Kennedy y el resto de comensales no sintieron el pasar de la tarde. Pronto se puso el sol y se acercó la hora de cenar. Bloom considera que la noche es tenaz. Para poder soñar apaciblemente la comida debe ser suave, poca y tiene que estar acompañada de té caliente. Bloom recordó los tarros de carne en conserva y las ciruelas maduras. Un tentempié con base en esta proteína sería ideal para terminar un día atareado en la cocina. Leopoldo observó el tarro lleno de carne salada. Un comensal lo supo: “Carne en conserva: “ah, sí —dijo el señor Bloom—. De primera, gracias.” Por casualidad echó un vistazo a la prensa. Distraído leyó: “¿Qué es un hogar que no tiene carne en conserva Ciruelo? Incompleto. ¿Y cuándo viene? Una antesala del cielo”.

Para terminar una reflexión y un consejo. La reflexión —una de Bloom—: “Sopa, asado, dulce. Nunca se sabe de quién son los pensamientos que mascas”. El consejo —mío—: lean el Ulises de Joyce.

@manuelaalhorno

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