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Ensayo sobre el capricho

¡Llora tus caprichos! ¡Grítalos! ¡Pelea! Siente cómo se apoderan de tu palpitar sutilmente. Obsérvalos hacerse cargo de tu drama personal: el último del día, porque el sol ya se escondió. Atesora tus caprichos como si fueran armas para conquistar latidos. Quizá no los latidos fuertes de un capricho, sino los de tu propio corazón. Siente.

Según la RAE, la palabra capricho viene del italiano capriccio que a su vez viene de capra o cabra: la loca que salta por toda la casa, la que con su comportamiento errático se dispone a curiosear todo lo que encuentra a su paso, identificando lo que le sirve y obviando lo que le estorba. La cabra, uno de los primeros animales domesticados por el hombre, compañera tan antigua como el mismísimo Zeus —deidad patriarca todopoderosa— portador del rayo y el trueno en la Grecia Clásica. Nadie logra ponerse de acuerdo en si Zeus fue amamantado por una cabra llamada Amaltea, o si ésta era una Ninfa que crió al pequeño dios y recibió de sus manos el Cuerno de la Abundancia, artefacto creado por él mismo, de la cabra que lo amamantó.

Pero Gèrard Genette, importante teórico francés, tiene toda la autoridad del caso para decirnos que los caprichos y las cabras no tienen nada qué ver. Dentro de sus aportes a la teoría literaria se encuentra el libro Palimpsesto (1962) en donde analiza las infinitas formas de leer un texto en otro, muy al estilo de las piedras primitivas con inscripciones que luego pretendían ser borradas y reemplazadas por otras. Sin embargo, las huellas de esos otros textos jamás podrán ser ignoradas y la presencia de un mensaje anterior al escrito subyace.

Ilustración de Gèrard Genette

A mí en cambio me gusta la idea de la cabra, porque yo misma me siento muchas veces como una cabra loca pegando brincos, rompiendo cosas y haciendo desastres ad libitum. Genette —mucho más racional y reflexivo— nos dice que capriccio proviene de la unión entre capo o caput (cabeza) y riccio (rizado). Es decir, si juntamos estas dos palabras nos queda una hermosa cabeza erizada. Sí, es muy cierto que mi cabeza se eriza cada vez que me pongo caprichosa. También mi piel lo hace, permitiéndole al cuerpo entrar en la rigidez que adquiere cada molécula de mi ser. La gran descarga energética que produce un capricho, atraviesa los cinco sentidos a la velocidad de los pensamientos, impidiendo cualquier instinto de sensatez.

En todo caso, lo que mas suele erizarse es mi sensibilidad, mi irascible poder femenino. Despierta Eris en mí con la Manzana de La Discordia entre las manos, lista para ser arrojada sobre tu cabeza o la cabeza víctima de mi capricho. Y así fue como la astuta Diosa supo colocar a Zeus en una situación de incomodidad ante sus tres amantes, obligándolo a elegir públicamente la belleza de una sola. Pero él —ni corto, ni perezoso— le concedió esa difícil elección digna de los Dioses a un hombre, quien eligió a Afrodita —Diosa del Amor.

Al parecer, el origen mitológico de la histórica Guerra de Troya, nace del comportamiento errático y caprichoso de una mujer que desafió al patriarca. Pero si esta huella “palimpséstica” suena interesante, el Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Castellana, por su parte, revela datos catastróficos. Arrojando luces sobre la acotación de Genette, menciona que en el siglo XIII —cuando todavía se cazaban poderosas y temibles mujeres llamadas brujas— el tal capriccio expresaba “horripilación y escalofrío”. El acto de estremecimiento cuando algo produce escalofrío; muy a menudo se asocia a lo oscuro, lo desconocido, lo temido o despreciado. Es probable que en el medioevo las mujeres no pudieran expresar su irracionalidad irascible por ser algo “capriccioso”, algo fuera de los estándares normativos. Ser bruja debió ser también dejarse llevar por esos impulsos instintivos que con el tiempo pueden ser amaestrados.

El Aquelarre, Francisco de Goya

Pero, ¡vaya que sí saben estos eruditos diccionarios! Pareciera que le dan sentido a tan racista explicación sobre la posible relación entre “cabello rizado” y “cabeza erizada”. Después de todo, quizás sea solo artificio de la interpretación lo que me lleva a pensar en el cabello (e)rizado como un tipo de pelo bastante caprichoso y que —en todo caso— relacionan con lo horripilante. ¿Será que esa oscura relación etimológica entre significante y significado esconde una profunda verdad acerca de nuestra aterradora naturaleza caprichosa? ¿Alguna oscuridad tememos o será que nos tienen miedo? ¿Acaso no es ella misma, la Gran Madre Naturaleza, reina y sabia caprichosa por excelencia? ¿No es verdad que el hombre, a la naturaleza, le teme?

De ese vacío provienen toda clase de preguntas. Mi mente, cabra-loca; saltarina y destructora, no se conforma con feminismos de cajón y le encanta comerse los papeles de tratados teóricos sin digerirlos. El feminismo que pedía igualdad de derechos a finales del siglo XVIII, inmerso en un mundo esclavista y sumamente patriarcal, tuvo que separarse del movimiento abolicionista para llegar a los aportes que nos brinda. Hoy vemos que, desde el palimpsesto feminista, se hace necesaria la liberación de las ideas que caracterizan al “segundo sexo” de Simone de Beauvoir, abrazando una nueva forma de pensarnos feministas. La mujer hoy —quizá más que ayer— busca hacia sus adentros las respuestas a preguntas sobre baches históricos que no logran justificar tanta violencia sobre lo femenino. En nuestros cuerpos están encarnados textos milenarios de experiencias cinceladas, para luego ser borradas y convertidas en una nueva historia, a veces negando lo que ha sido y lo que fue. Sin embargo, se pueden observar con claridad las marcas sobre la piedra, aún se lee el recorrido de nuestra historia para aterrizarlo en nuestros cuerpos y hacerlo parte de lo femenino.

Guache Street Art

Engranando lo horripilante y terrorífico para convertirlo en creación manifestada, se logra a veces mucho más que luchando batallas inútiles por una igualdad ilusoria. Las mujeres no son un sexo débil, ni diferente, ni inferior. No están por encima ni por debajo, ni adentro, ni afuera del hombre. Son la diferencia, son el adentro del afuera, la noche del día, la oscuridad de la luz.

Ya podemos reinventarnos y exigir nuevos derechos, por tanto, exijo que tengamos derecho al caprichismo. Queremos poder desbordarnos en el arrebato de la cabra, sin necesidad de sacrificarla como chivo expiatorio de nuestra propia vehemencia. Que el arte de nuestros caprichos sea honrado, respetado y —en el mejor de los casos—auto-admirado sin tanto berrinche.

Que podamos reconocernos mujeres en el misterio del capricho, profundizando en ese ímpetu violento que a veces es erupción como de volcán, sintiendo ese fuego interno que potencializa la capacidad creativa —y destructiva— de la mujer, palpando en la esencia ancestral de la Tierra, que todo lo organizó desde el principio caótico del origen. ¡Anímate mujer a rasgar el velo que oculta tu corazón y desnuda tus caprichos! No tapemos con solapamientos masculinos las ganas que tenemos de ser cabezas erizadas, cabras locas, desquiciadas, soberanas y libres de nuestro propio capricho.

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