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Un vino al año sí hace daño

¿En qué reino, en qué siglo, bajo qué silenciosa

conjunción de los astros, en qué secreto día

que el mármol no ha salvado, surgió la valerosa

y singular idea de inventar la alegría?

Jorge Luis Borges

El vino marchita las necesidades humanas. Con vino no hay hambre, cansancio ni sed. Si hay vino, hay absoluto gozo. Deberíamos tomar una copa de vino diaria para rozar la eternidad. En Tortilla Flat de John Steinbeck, que es una novela picaresca norteamericana, se prueba esta teoría. El protagonista es Danny, un desgraciado que hereda una propiedad y se vuelve rico -no en monedas pero en ladrillos-. Poco a poco, algunos amigos de la calle y las cantinas se van acomodando en los pisos de madera de la casa de Danny y amanecen allí para tomar el sol en el patio y, siempre, sorber un vaso de vino en envases de mermelada. Big Joe Portagee, Jesús María Corcorán, Pablo Sánchez y El Pirata -que siempre está acompañado de sus perros- conforman la pandilla de harapientos de Danny El Propietario. En cada uno de los capítulos emprenden una aventura, ya sea como héroes o como villanos, y son premiados con la Leche de Venus como le decía el poeta Píndaro que, como buen griego, siempre hizo oda al Vino, igual que Neruda.

Supongo que la novela transcurre en aproximadamente un mes, y la pandilla se alimenta alrededor de cuatro veces en todo este tiempo. Se menciona La Caballa, un tipo de pescado abundante en el océano Pacífico y en la costa de Monterey, donde se narra Tortilla Flat. Las judías, una especie de legumbre que, en épocas de cosecha, era posible conseguir por cantidades enormes en los suelos de los cultivos. Naranjas, pan duro y, una que otra vez, huesos de pollo. Lo único que conforma la dieta constante de los amigos es el vino que les cae del cielo -el cielo de los trueques, robos y hazañas-. Tampoco hay un vibrante deseo sexual por la mujer. Cuando alguno de los amigos se ve próximo a enamorarse, el resto interceden para que el amor no avance. Se pueden ver insinuaciones con algunas de las mujeres alegres de Monterey, pero el deseo nunca llega a materializarse. Al fin y al cabo tienen vino.

Alejandro Dumas, en su diccionario de cocina, dice que el vino es la parte intelectual de la gastronomía. Es imposible negar esta definición cuando en Tortilla Flat se demuestra empíricamente -y con medidas-, los efectos del vino en los hombres, esos de eliminar las necesidades fisiológicas y resaltar las del espíritu. Primero se preparan para la iluminación, esto con un brindis que dispone al cuerpo para desvanecerse y dejar gobernar al alma:

“-¡Salud!- dijo Pablo

-¡Salud!- Dijo Pilón.

Y al cabo de un momento, “Salud” repitió Pablo.

-¡Barro en tu ojo! -Dijo Pilón.

Descansaron un poco. “Su servidor”, dijo Pilón.

-¡Abajo la ratonera! -Dijo Pablo.”

El vino entonces inunda los paladares, pinta los quiebres de la lengua y la dentadura, su aroma penetra hasta los cerebros y hace que los ojos se cierren automáticamente. Lleva a que todos los nervios del cuerpo se aflojen, produciendo un hormigueo muy placentero en la punta de los dedos. Las voces se desatan para dar rienda suelta al discurso erudito. Los sentimientos se afloran. He aquí este proceso detallado, que solo en voz de los borrachos es posible comprender:

“Dos galones son mucho vino, incluso para dos paisanos. Por sus efectos anímicos, las jarras pueden graduarse así: justo por debajo del cuello de la primera botella, conversación seria y concentrada. Dos dedos más abajo, recuerdos dulcemente tristes. Tres dedos más, memorias de antiguos y agradables amores. Un dedo más abajo, evocación de antiguos y amargos amores. Al llegar al culo de la primera jarra, una tristeza general e indirecta. Al trasegar el cuello de la segunda, negro, infernal desaliento. Dos dedos más abajo, una canción de muerte y añoranza. Un pulgar más, otra canción cualquiera que uno conozca. La graduación se detiene en este punto, pues las sendas se bifurcan y ya no hay certeza. A partir de este momento puede pasar cualquier cosa.”

La teoría del vino no solo la expone Steinbeck. En la obra La Celestina del escritor español Fernando de Rojas es evidente el poder del vino, especialmente en la vieja Celestina de la que no se puede decir que vive en soledad, pues siempre tiene vino en su despensa “Asentaos vosotros, mis hijos, que harto lugar hay para todos, a Dios gracias; ojalá tanto nos diesen del paraíso cuando allá vamos. Poneos en orden, cada uno en su lugar; yo, que estoy sola pondré ante mí este jarro y taza, que no es más mi vida de cuanto con ello hablo…”.

Celestina, como Danny y su pandilla, no necesita nada más que el vino para sobrevivir. La salva del frío ...pues de noche en invierno no hay tal calentador de cama, que con dos jarros destos que beba cuando me quiero acostar, no siento frío en toda la noche… Con vino cubre su piel ...desto forro todos mis vestidos, cuando viene la navidad; esto me calienta la sangre, esto me sostiene continuo en un ser… Si tiene vino la tristeza no la abraza ...esto me hace andar siempre alegre, esto me para fresca; desto vea yo que sobra en casa, que nunca entonces temeré al mal año… El vino espanta el hambre que la amenaza todos los días ...Que un cortezón de pan ratonado me basta para tres días… Tener vino en su despensa la inspira, la sube al cielo. Celestina vive sin miedo. “...Esto quita la tristeza del corazón más que el oro y el coral; esto da esfuerzo al mozo y al viejo fuerza; pone color al descolorido, coraje al cobarde, al flojo diligencia, conforta los cerebros, saca el frío del estómago, quita el hedor del aliento, hace soportar los afanes de las labranzas a los cansados segadores, hace sudar toda agua mala, sana el ramadizo y las muelas, sostiene sin heder en la mar, lo cual no hace el agua.”

Hemingway también apoya la teoría. Deja claro que la espiritualidad que resalta el vino en el borracho no es exclusiva para la burguesía, igual que en Tortilla Flat. En París era una fiesta dice por ahí: “beber vino no era un esnobismo ni un signo de sofisticación ni de cultura: era algo tan natural como alimentarse, y para mí, tan necesario como eso”.

¿Qué nos diría el vino acerca de tantas alabanzas? ¿Será cierta la teoría expuesta, o sólo es un pajazo mental de la ficción? Baudelaire tuvo el acierto de imaginarse la voz del licor de uva en su texto Del vino y el Haschisch, y dice así “Caeré al fondo del pecho como una ambrosía vegetal. Seré el grano que hace fértil las arrugas dolorosamente cavadas. Nuestra íntima reunión creará la poesía. Haremos un Dios para nosotros dos, y revolotearemos hacia el infinito, como los pájaros, las mariposas, las fibras volátiles, los perfumes y todas las cosas aladas”. A veces es mejor vivir de pajazos mentales. Es más lindo.

Ya lo dijeron - y lo vivieron- Danny y su pandilla, Celestina, Hemingway y Baudelaire. El vino es suficiente para vivir. Con él retumban las campanas intelectuales en los simples hombres, Borges lo reitera en la última estrofa del poema que inició este encuentro: “Otrora le cantaron el árabe y el persa / Vino, enséñame el arte de ver mi propia historia/ como si ésta ya fuera ceniza en la memoria.” No habiendo más, me veo obligada a afirmar que un vino al año sí hace daño porque acelera la muerte.

Manuela al Horno

@manuelaalhorno

manuelaalhorno.wordpress.com

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