Sangre Caliente
Ilustración: Valentina Romero
Siento que me quemo por dentro. Cuando me enciendo, la sangre llega hasta la punta de mis dedos, me calienta el cuello y pequeñas gotas de sudor empiezan a notarse debajo de mis ojos. "Me hierve la sangre" he aprendido a decir; quisiera abrir el agua fría para no bullir y evaporarme.
Llevo un mes pensando qué escribir, llevo 30 días evitando las letras en la garganta que quieren hablar de algo que me avergüenza, pero que ha llegado el momento de aceptar con sensatez: soy sangre caliente y me prendo como chamizo en desierto. Quise evitar el tema, esconder la neurosis debajo de la cama y hablar al mundo de lo cordial y amable que puedo llegar a ser. Quise escribir sobre lo bonito de la vida, sobre la espuma del mar y contar paso a paso cómo ha sido el viaje en el que me encuentro desde hace 3 semanas. Quise aparentar ser poeta y deleitar con mi prosa, me imaginé inventando historias de amor y lectoras dibujando flores tropicales. Nada de eso; lo único que mis dedos quisieron presionar fueron símbolos de sombra, de esos que preferiría no mostrar.
Así que esa es la confesión que nadie me pidió dar, ese es el destape que sólo la escritura me obliga a hacer. Nada de histérica ni loca, no es que esté en mis días, no es la luna ni el eclipse, no soy Piscis ni Escorpión; soy sangre caliente y me enciendo con la intensidad de un faro antes de estallar.
Acá va otra: mi sangre caliente hace que grite y que tensione la espalda. La piel alrededor de la nuca se tensa tanto que siento que mi cuerpo es más grande que mi piel, como si el empaque quedara ajustado, muy ajustado. Si hace frío seguro es posible ver el aire caliente que sale por mis fosas nasales. A veces hay lágrimas que salen para refrescar las pupilas, no vaya y sea que se derritan.
Esta es peor: mi sangre caliente se apropia de mi lengua y he quemado a M como dragón de fábula infantil. Lo he dejado chamuscado, herido y confundido hasta tal punto de preguntarnos si nos vendría bien un baño en aguas frías separadas; quizás el mar Báltico y el Océano Índico. He lanzado lava a otros hombres, siempre masculinos, he intentado que el humo los vuelva lentos y que huyan en busca de algún oasis.
Me he dado látigo por no saber controlar mi fuego, me he sentido sola en el camino, me he sentido culpable y peligrosa. ¿Acaso soy la única que no logra ser rosa y amorosa? ¿Dónde están las otras sangre caliente? ¿Ya las echaron a la hoguera? Quizás estén en sus cuevas alistando la máscara geisha, quizás ya se enfriaron la sangre a punta de baños de asiento. ¿Hay más ahí afuera? Depronto no, depronto ya aprendieron a querer dejando las luchas de poder a un lado, o quizás ya puedan tener relaciones de iguales y empoderarse sin tener que transitar el capítulo de la sangre caliente.
A veces, es tan solitario el camino, que me gustaría pensar que las que ya no están es porque han perdonado, y un bálsamo frío les cubrió las venas.
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