En otra vida
Pensar que es el mismo apego el motor de la distancia, particularmente cuando la idealización del sentimiento pasa a un plano tangible y convive en la misma dimensión que alimenta una realidad común, me hace creer que el sentimiento verdadero no es otra cosa que fuente de inspiración y que cuando no sirve de estímulo, por su ausencia o su perjuicio, las alternativas literarias como recurso catártico son un flagelo del ego y la pretensión creativa. El reencuentro es inevitable.
Hasta otra vida
El día estaba soleado pero iba tan distraída que no me di cuenta que había recorrido un buen trecho bajo la luz del verano inclemente y las marcas de sudor eran más de las que yo misma notaba. Entro al estudio pensando que nadie estaría ahí (normalmente soy la primera en llegar y la primera en salir) pero para mi sorpresa, ya estaban ahí los dos chicos con los que comparto el espacio, que en realidad son más que eso, pero realmente no quería verlos apenas llegar. Los saludo, o no, no recuerdo bien, y como si estuviese confesando un crimen que he cometido contra uno de sus seres queridos, con las autoridades tocando a la puerta y el karma pagando indulgencias, vomito:
-He vuelto a hacer el amor con alguien después de T.
Hay un momento de silencio pero ninguno de los dos me mira a la cara.
-Y, ¿qué tal? -Pregunta H, sin saber que con esa simplicidad comienza para él una vida alterna de fantasías intransigentes.
- Ha sido excitante sentir tan deseada cada parte de mi cuerpo. Era un deseo casi contagioso hacia mí misma. -Comencé a relatar imitando algo de la excitación que me había, de hecho, producido el encuentro pero siendo incisiva en los detalles, como si me faltara eso para corroborar el hecho de haberlo disfrutado, con gestos que forzaban mi posición de musa nunca otorgada.
-Me tocaba con firmeza pero al mismo tiempo contemplaba cada rincón de mi cuerpo antes de sumergirse en él como si fuera el primer baño de un verano que se ha hecho esperar de más. La seducción no venía al caso, las palabras eran las justas y la ley de la atracción estaba desequilibrada, pero creo que eso a él le ponía. No es la primera vez que me siento objetizada, pero sí la primera en la cual soy un objeto preciado.
- No sé si suena súper profundo o es lo más banal que he oído en un tiempo -Me dice X, mientras abre las cortinas suavemente para mirar unos negativos contra la luz, todavía sin dirigirme la primera mirada.
Sé que el comentario viene como reprenda a una vanidad innecesaria para él y que por otra parte, no quiere verse en una situación en la cual se me sexualice. Sin embargo tiene la capacidad de hacerme sentir vergüenza casi inmediata cada vez que intento parecer la Ana Karina de Godard.
Estos dos, H y X, se han convertido en mis hermanos mayores, menores, mis primos cercanos y lejanos y los niños que me hacían bullying en el jardín, todo eso y así, en una infancia de un suburbio americano en los 70s. X tiene una manera de acercarse al mundo muy recatada, tiene un buen rollo que a veces odio...lo odio cuando sé que no lo siente y que eventualmente le convertirá en un ser muy cruel. Le gusta drogarse en la justa medida de tal manera que pueda seguir sintiendo la autoridad de hacer un juicio de valor sobre el pensamiento de otra persona, en especial cuando no es solicitado.
H, por otra parte, es un señor bonachón unos días, un alma vieja de un pueblo que no afectó ni el franquismo; otros, en cambio, se expresa con la ingenuidad del niño que miraba de reojo las bragas blancas de las niñas del colegio y se corría sin eyacular. Él perdió la virginidad con la misma chica que todos sus amigos, pero ella le recuerda con especial cariño. Es tan inconsciente de su propio atractivo que muchas se vuelven locas por él.
- Pues yo no lo veo así, como algo que se pueda medir de esa manera, a mí me parece que lo has disfrutado ¡ya era hora, maja! - Noté la manera de H de tragar saliva un par de veces mientras le relataba mi historia, sin contar la inmediatamente posterior a esta frase. Me imaginé que no se había dado su primer baño este verano.
- Me ha hecho sentir bien provocar un deseo profundo y saber cuidar de él sin necesidad de perder la consciencia al corresponderlo ¿me entiendes?
-¿Te has corrido? - Interrumpe X, regocijándose en su imprudencia.
- Qué soso, tío.
- Y, ¿sí? - Empiezo a odiarle
- Sí, pero el mejor orgasmo lo tuve masturbándome y pensando en los sonidos que hacía mientras me comía el coño.-Le digo agresivamente mientras me levanto y pongo un vaso de agua de la llave, tomo un sorbo y se lo ofrezco a H, no sin antes dejar caer una gota de un lado de mi boca que remuevo con poco encanto, esta vez inconsciente de que aquello alimentaba el erotismo visual que construía con mi historia.
-Quiero darle un romance y que me recuerde en sus sueños en 20 años.
Inmediatamente suelto una risa tímida, que quería ser una carcajada que anunciara mi salida del personaje Bertolinesco que había sostenido como un teatro de títeres ambulantes, pero inconscientemente, escogí no terminar la función.
Él me mira con desconcierto y yo me siento vulnerable, pero enseguida hace una de sus gestos caricaturescos y me mira fijamente, parecía que el lobo de los Looney Tunes estuviera pidiendo otra escena de burlesque. Toma también un sorbo de agua con más mesura de la que me esperaba pero cierra suavemente los ojos mientras la traga y eso nos da la señal dos: a mí de sombrar una semilla en suelo fértil y a él de esperar a la primavera para sentir el aroma de una flor y nunca reconocer su fruto.
-Cuéntame más, tía. Bueno, si no te molesta. Yo soy curioso con estas cosas desde que era un enano, pero en mis relaciones siempre ha llevado mucho el sentimiento. No he concebido el sexo sin que el deseo sea totalmente correspondido.
-Yo he sido el amor de la vida de alguien.-Continuo, aunque mi intuición me lleva a bajar el ritmo de la conversación- Él y yo hemos encontrado ese amor en esa vida mientras en ella misma florecía otra, como sabiendo que la primera estaba condenada. Ahora quiero explorar todos los deseos que…
-Que tenías reprimidos- Me interrumpe H afirmando.
-Que pensaba que no iba a necesitar. Supongo que de alguna manera no creía merecerlos.
En ese momento entiendo la sed, el calor, porque disminuyen progresivamente mientras la conversación cambia de tono. Comprendo que me había excitado implantar el platonismo en mi sexualidad. Ella, se ha enajenado de la entidad física que me identifica y ha formado su propio halo de fantasía. Me encuentro justificando la ambigüedad del egoísmo dependiente de un recuerdo idealizado, de ahí la nostalgia que baja la temperatura corporal.
- Ya, pero yo no me refería a eso. No tienes que justificar tus actos, yo no estoy haciendo juicios. Me produce curiosidad ver maneras diferentes de llevar una sexualidad que me sean extrañas. Me excita pero de una manera tan satisfactoria que es inofensiva. – Y seguramente lo será. No implicará ningún tipo de amenaza mientras se mantenga bien hidratado, pienso y le sonrío.
Me doy cuenta de que H no quiere hablar de T, ni quiere escuchar de mi nuevo amante, sino de mí sexo, de mi manera de sentirlo. Mi gesticulación es el preámbulo, la satisfacción implícita de egos cruzados en historias ajenas, es el único orgasmo necesario. Le pido el vaso de agua vacío, lo lleno de nuevo y tomo un gran sorbo. A él, seguramente, le esperan muchos baños este verano.
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