La Coronación
I
A las faldas de un tupido cerro, en un llano fértil bañado por arroyos que desembocan en el golfo, las casitas de colores a medio terminar. “La cimarrona” mi casa, bueno, de mamá, es la más pintoresca y fresquita de todas las chozas comunales.
Vivíamos bien, con lo que se necesita para existir; no me malentienda usted, aún vivo bien...feliz. Pero entre la felicidad del ayer y la felicidad de hoy hubo un episodio que anhelo los años me ayuden a olvidar.
-¡Ni puel putas!- exclamó mi madre y asomé la cabeza por la ventana que da a la calle.
-“Metéte a la casa Silvana” me dijo mascuyando entre dientes y me lanzó una mirada calante.
Mi madre es una mujer culta si se compara con el resto del pueblo, es de las pocas personas (y la única mujer) que sabe leer y escribir por aquí. Así que siempre dice lo que piensa aunque le tiemble la voz y esa tarde no fue la excepción.
-“Déjeme ver a su hija”- le dijo un blanquito insípido en traje camuflado.
-“Y vos, ¿Cómo pa‟ qué querés a mi niña? Conozco a los de tu clase, malandro. ¿No sabés que sólo tiene 14 años?- Replicó ella, asegurándose de pronunciar muy bien cada palabra.
-“¿Y usted, señora, no entiende que la necesito para el comandante?” Y ésta vez, mientras hablaba adoptó una postura hostil, se engrandeció y acercó su rostro a milímetros del de mi madre.
Fue así como me reclutaron para participar en un concurso de belleza, sí, leyó bien, un reinado. Para la semana santa de ese año los muy madejos reunieron a las niñas de las veredas para su deleite de sevicia.
II
Le guardé comida en una bolsa a Silvana antes de que se la llevara el blanco ese. Mientras se alejaban para adentrarse en la verde espesura, permanecí firme viéndolos desde el portón de “La cimarrona” pero cuando desaparecieron de mi vista rompí en llanto.
¡Ay! sabe Dios que ese llanto tuvo la misma desgarrante fuerza que el llanto de Silvana cuando la parí.
-“Las niñas van a regresar comadre”- escuché la voz de mi vecina hablándome, también se habían llevado a su hija. No tardamos en enterarnos que los camuflados se habían llevado a toda niña que ya hubiera tenido su primer sangrado. Pasó un día antes de que Silvana apareciera en el portón, sana y salva, al menos físicamente. En las mañanas pasaban a recoger a todas las niñas y en la noche las regresaban, así fue durante todos los días antes del domingo; se las llevaban dizque a entrenarlas para el reinado y en la noche las dejaban en la vereda.
Noche tras noche en las tertulias con mis comadres me iba enterando de un caso más atroz que el anterior; que manosearon a la hija de Blanca, que hicieron desfilar desnuda a la hija de Eloisa, que violaron a Carito la mejor amiga de mi niña. Así, mientras las voces entrecortadas de llanto iban narrando las historias, yo me perdía en mis pensamientos... ¿Cuándo será el turno de Silvana? Cuando pensaba eso, Dios me perdone, tenía toda la fuerza de voluntad para matar a un hombre, a miles, al que fuera necesario. Pero pasaron los días y a Silvana nunca le hicieron nada, me dice que incluso la trataban con cierta distancia. Eso nos hizo soñar con la idea de que no estuviera cerca de ganar ese reinado, que pudiera seguir con un bajo perfil, invisible, que nadie la viera ni la tocara.
No fue así, algunos hombres tienen códigos extraños de respeto, puedes tocar el cuerpo de una mujer sin su consentimiento, pero no puedes hacerlo si otro hombre es "dueño" de esa mujer.
Silvana no había pasado desapercibida, por el contrario había llamado la atención de un Comandante y este la había reservado para él. Del domingo de ramos tengo pequeños recuerdos separados, como en cámara lenta y ruidosos; recuerdo a Silvana sobre la tarima en traje de baño, temblando, con el alboroto de los espectadores escuchándose en el fondo. La recuerdo después en un vestido de tela barata pero que le quedaba precioso, lloraba, con un ramo en las manos, una corona en la cabeza y los ojos de todos los hombres sobre ella. Y no pude, esa fuerza de voluntad que pensé tener para proteger a mi hija de los hombres, no la tuve. No hice nada, inmóvil y pusilánime.
III
Mamá sigue pensando que algo de lo que me pasó fue su culpa, ¿Qué iba a hacer ella, matar a todos los camuflados? La hubieran matado a ella y yo habría perdido toda la familia que tengo. Después del reinado el comandante me llevó a una casa, no llegamos siquiera a la habitación, levanto mi vestido, se bajó el pantalón, él olía mal y puedo jurar que nada pasaba por su mente, era como un animal. Mientras que mi mente era un sinfín de pensamientos en desorden, los gritos morían antes de salir de mi boca y me dolía, me dolía insoportablemente.
Pero le dije al inicio que estoy bien ahora, encontré cierto consuelo en un pensamiento curioso; ese día cuando volví a mi casa me acosté junto a mi mamá, ella cayó dormida primero, yo estuve por un rato mirando a la pared con la mente en blanco dejando que todas las emociones salieran de mi cuerpo, y vi una figura de Jesús que había colgado mi mamá para esa semana santa, entonces pensé: Bueno, ya somos dos en la historia quienes sabemos cuan humillante puede ser recibir una corona.
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